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El trabajo en la caña no es dulce como el azúcar

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El trabajo en la caña no es dulce como el azúcar

La Jornada del Campo, 18/07/2015, n. 94.

Maria Aparecida de Moraes Silva. Profesora visitante senior CAPES del Posgrado en Sociología de la Universidad Federal de San Carlos; investigadora del CNPQ

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La producción agrícola Brasil es considerada una de las más grandes del mundo. En 2014, en millones de toneladas, la producción sumó 85 de soya, 53.2 de maíz, 2.8 de café, 716.8 de caña de azúcar y 39.2 de frutas. Sin embargo, esta producción de commodities esconde una gran explotación y miseria de miles de trabajadores y trabajadoras. Además de la precarización del trabajo y de la migración, muchos de ellos son esclavizados. ¿Cuál es la realidad del trabajo en los cañaverales del estado de Sao Paulo, el mayor productor de azúcar para etanol del país, con seis millones de hectáreas?

Los trabajadores son migrantes que viven de los estados del noreste del país. Muchos son campesinos que tienen una pequeña parcela de tierra; otros ya están proletarizados. Son negros en su mayoría, y solamente participan hombres en la cosecha manual, dejando atrás a sus familias. Las mujeres que trabajan allí realizan tareas muy duras, como: recoger piedras y restos de caña, distribuir herbicidas y quitar las yerbas que se entremezclan en las hileras de caña; cobran salarios más bajos. Son contratados por las empresas en sus localidades de origen, por medio de contratistas, y después son llevados a los campamentos, ubicados en los cañaverales, o a casas alquiladas por las empresas, en las ciudades cercanas a los campos. Es un mercado de trabajo regulado por las propias empresas.

El tiempo de la cosecha dura diez meses al año. No pueden volver antes del término del contrato de trabajo por dos razones: las largas distancias (hasta tres mil kilómetros) y la imposición del sistema de trabajo 5×1, es decir, que trabajan cinco días y descasan uno. Los salarios son a destajo, pero la empresa retiene una fracción del mismo. El no cumplimiento de las normas (faltas, huelgas, baja producitividad, etcétera) hace que esa fracción retenida no sea pagada. El sistema de control está garantizado por fiscales y contratistas.

La jornada inicia por la madrugada, cuando empiezan a preparar su comida, pues solamente hay una estufa para muchas marmitas (recipientes en que se transporta la propia comida hacia el lugar de trabajo). Alrededor de las 6 de la mañana los autobuses parten en dirección a los cañaverales, en un viaje que puede durar más de una hora. Al llegar al eito (lugar de trabajo; eito es una palabra de la época de la esclavitud de los negros que aún es utilizada), las tareas se distribuyen así: cada trabajador recibe las instrucciones para cortar cinco calles (hileras) que le corresponden. La caña debe ser abrazada y cortada a nivel del suelo para facilitar el rebrote. Esta actividad exige una total curvatura del cuerpo. Después del corte, se lanza la caña y se forman pilas o montes. Antes, las puntas de la caña deben ser apartadas, pues el contenido de sacarosa en ellas es pequeño y no compensa el transporte hacia la molienda. Las condiciones de trabajo son marcadas por la altísima intensidad que se exige a los trabajadores, la cual ha ido aumentado año con año. En la década de 1980, la media (de productividad) era de cinco a ocho toneladas de caña cortada al día; en 1990 pasó a ocho o nueve; en 2000 aumentó a diez y en 2014 había ascendido a 12 o15 toneladas.

La intensidad de las jornadas hace que los trabajadores sufran de calambres, vómitos, mareos, heridas en el cuerpo causadas por el sudor mezclado con el hollín –la caña es quemada antes del corte-, dolores de cabeza, etcétera. Es un trabajo muy duro y agotador, pues requiere un gasto de fuerza y energía que muchas veces los trabajadoers no tienen por falta de alimentos, además de estar sometidos a una estricta disciplina, cuyo control se centra en el tiempo de trabajo, en los movimientos del cuerpo y en el grado de competencia que se establece entre ellos. Cuanto más competitivos, más rápidos serán los golpes del cortador, capaz de obtener el título de “cortador de oro”. Los ganadores de este premio tendrán ahorrado, al final de la cosecha, lo suficiente para comprarse una moto, un eletrodoméstico, celulares o algún otro aparato.

Algunos trabajan hasta 18 horas diarias, sobre todo en actividades que se realizan durante el cambio de turnos, como es el enganche de los tractores con las máquinas cuyas “jaulas” son enseguida unidas a los camiones, que llevan la caña a los ingenios para la molienda.

La imposición de la media de 12 toneladas de caña cosechadas por día es una forma de seleccionarlos, pues los que no alcanzan a cortar un mínimo de diez toneladas son despedidos. De 2002 a 2009, 23 trabajadores murieron en los campos de São Paulo por el esfuerzo excesivo.

Así como se muele la caña, lo mismo ocurre a los trabajadores, cuyo tiempo productivo en la caña es alrededor de 15 años, inferior al que tuvieron los esclavos (20 años). Esta es la otra cara de la riqueza de la agricultura y del crecimiento económico brasileño. Desafortunadamente, factores relacionados con la salud, la pobreza, el sexo, la edad, así como algunos criterios morales y políticos, impiden a estos trabajadores realizar protestas.

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TRAMA

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O Grupo TRAMA (Terra, Trabalho, Memória e Migração) dedica-se à pesquisa acadêmica e extensão. Está no PPGS da UFSCar, e é coordenado por Maria Ap De Moraes Silva.

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